Hay viajes que comienzan con un billete y otros con una herida. El de Karlos Ximénez (Sevilla, 1970) empezó con ambas cosas: con una mochila recién comprada y con el vacío insondable que dejó la muerte de su padre. Aquel verano de 2004, cuando todo parecía desmoronarse —el divorcio, un hijo pequeño al que apenas veía, una vida convertida en trámite—, Ximénez decidió hacer lo impensable: dejarlo todo atrás y echarse a andar.
Una mochila demasiado llena es mucho más que un diario de peregrino. Es la crónica íntima de un hombre que, al borde del abismo, se lanza al Camino de Santiago no para llegar a Compostela, sino para reencontrarse consigo mismo. Cada kilómetro, cada ampolla, cada lágrima derramada sobre las páginas de su cuaderno nocturno es un paso hacia la reconstrucción. Porque lo que Karlos carga en la espalda no son solo botas, ropa térmica y un cuaderno: es el peso de la pérdida, la culpa, el amor y el deseo de seguir adelante.
El libro nace de un gesto espontáneo —“dejé el libro de Paulo Coelho en la mesa y me fui a comprar una mochila”, confiesa—, pero se transforma en un ejercicio profundo de sanación. Lo que en un principio era un viaje sin plan se convierte en una metáfora poderosa: el Camino como espejo de la vida, lleno de etapas imprevisibles, encuentros inesperados y lecciones que solo se aprenden caminando.
Ximénez escribe con honestidad brutal, sin disfrazar el dolor ni maquillar las caídas. Su relato es humano, sensible, a ratos desgarrador, pero también luminoso. En él, el lector acompaña al autor a través de paisajes del norte de España y de los rincones más oscuros del alma. Descubre con él que el peso de la mochila se aligera cuando uno aprende a soltar y que, a veces, perderse es la única forma de encontrarse.
Hoy, Una mochila demasiado llena ya va por su segunda edición, ha agotado aforos en sus presentaciones y sigue emocionando a lectores que ven reflejadas sus propias batallas en cada página. Karlos, psicólogo de vocación y viajero empedernido, no solo cuenta su historia: invita a cada lector a iniciar la suya, a calzarse las botas del coraje y a descubrir que el sentido de la vida no se busca… se camina.

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